El quebranto de la ritualidad en nuestra sociedad

por | Ene 24, 2024 | Artículos

Hace unos pocos días participé en una grabación, como parte del material del documental titulado “En Tierra de Hades”, en la que Eduard Fernández y yo desarrollábamos una pequeña tertulia acerca de cómo el actor vivió la muerte de su madre, del ritual que envolvió su despedida y de la inspiración que supuso todo este proceso en la interpretación que Eduard realizó de su propia madre en la obra “Todas las canciones de amor”.

Me pareció una conversación entrañable y profunda, pese a su brevedad. Eduard me habló de cómo se despidió de su madre (o de cómo inmortalizó su presencia) bañándose en el mar, junto a su familia, y de cómo sostuvo la urna en la que se encontraban las cenizas de su progenitora mientras sentía “el sabor amargo del llanto eterno”. Bello homenaje a quién vivió y crio a sus hijos a orillas del mar mediterráneo.

También conversamos de lo difícil y emocionante del ponerse debajo de la piel de su madre, interpretándola y desarrollando una actuación que le ayudó a elaborar el duelo de su ser querido (su madre falleció en plena pandemia y Eduard no tuvo la posibilidad de estar a su lado en los últimos momentos de su existencia).

El objetivo de este breve artículo no es hacer un resumen de este hondo encuentro, remito al lector a poder ver el documental una vez acabado y presentado en las diferentes plataformas (en él hay numerosas entrevistas en las que diferentes profesionales hablan de sus experiencias e ideas acerca de muerte) sino centrar mi atención en la importancia del ritual como forma enriquecer y ayudar a construir sentido a nuestra existencia.

Uno de los filósofos actuales que con más énfasis ha señalado la desaparición de los rituales de nuestro mundo neoliberal y su conversión en actos de consumo es B. C. Han. Para este pensador los rituales permitían vivir los umbrales, configurando transiciones y dotando de sentido a las diferentes etapas de la vida. Aunque no comparto algunas de las ideas que mantiene este filósofo, como es su forma de concebir la interioridad, me parece que es un autor de referencia en lo que se refiere a esta temática.

Nuestra sociedad del capitalismo devorador no nos concede la posibilidad de demorarnos en sentimientos como la tristeza y el dolor frente a la pérdida de nuestros seres queridos, pues son vivencias señaladas como propias de sujetos frágiles, hay que seguir trabajando pues esto nos distraerá del padecer. Este hecho impide que nos podamos “embarazar” de estos sentimientos y que el parto anuncie alumbramientos que nos permitan renovar y enriquecer nuestra existencia. Lo descrito tiene una trascendencia muy importante en relación con nuestra capacidad de elaborar duelos y del poder vivir nuestra relación con la muerte desde el sosiego.

La ritualidad privada que Eduard desarrolló para despedirse de su madre es un canto a la imaginación creativa, necesaria en un mundo en que la razón última es la productividad, el beneficio y el consumo. Esta imaginación verdadera nos ayuda a significar la vida y a nutrir nuestra alma.

En mi experiencia como psicoterapeuta puedo acreditar que cuando más se reprime la idea de la muerte o se la intenta negar, creyendo que el triunfo y la riqueza conduce a la inmortalidad, más regresa ésta en forma de ideas hipocondriacas, obsesiones o miedos y cuando más se intenta evitar las sensaciones de depresividad, desamparo o fragilidad por la pérdida de nuestros seres queridos, revistiéndonos de una aparente fortaleza, más estamos convocando un futuro en el que teñiremos de negro nuestra existencia.

Una vía directa para convocar a una imaginación que nos provea del material necesario para crear nuestros propios ritos de paso es el análisis de los sueños. Jugando con sus imágenes podemos comenzar a construir significados que nos permiten transitar por un camino que nos ayude a reconciliarnos con la finitud de la vida y con los sentimientos de tristeza y vulnerabilidad.

El ser humano es un ser simbólico y necesita del rito para dar sostén y desarrollo a su alma, quizá como escribió S. Weil debemos rezar, como un rito más, aunque sea pensando en que Dios no existe. En un mundo en que la ritualidad está en profundo retroceso, más que nunca tenemos que convocar a una imaginación que nos permita construir nuestros propios ritos de paso.

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