La tendencia a medicalizar la psique planteando como enfermedad lo que es la expresión de un conflicto intrapsíquico, interpersonal y o existencial sigue prevaleciendo en nuestros días en el mundo universitario, institucional y asistencial.
Mi pretensión no es defender la despatologización de ciertos problemas emocionales, sino plantear la necesidad de un paradigma distinto en su abordaje, un ejemplo de ello son los modelos psicodinámicos e integrativos.
Nuestro modelo asistencial público prima los diagnósticos y los protocolos derivados de ellos. Parece que poner nombre al problema tranquiliza tanto al que consulta como al que es consultado, casi con la misma función de la consciencia mágica primitiva que relacionaba el nombre con el alma de su portador.
Estos últimos años he atendido en consulta numerosos pacientes que han venido etiquetados con diagnósticos diversos: depresiones endógenas; trastornos de ansiedad; tocs; y bipolaridad entre otros, pudiendo considerar este último como uno de los más habituales. Todos estos pacientes diagnosticados han venido con mucha medicación y alguno de ellos con la sobre etiqueta de crónicos.
Voy a darles un pequeño ejemplo que puede ser muy significativo de la torpeza de algunos profesionales que “se agarran” al diagnóstico para justificar su trabajo.
Juana es una mujer de cuarenta años que lleva medicada desde los veinte años con litio y antidepresivos. Después de una ruptura sentimental en sus años de juventud, que le llevaron a un estado de excitación y aparente no aceptación de la pérdida del ser querido, sus padres la llevaron a un centro público de salud en donde le diagnosticaron un trastorno bipolar.
A partir de este diagnóstico a Juana se le prescribió medicación permanente, una psicoterapia de apoyo (una vez cada dos meses) y una terapia de grupo (una vez al mes) con otros sujetos aquejados del pretendido síndrome. Empezó a medicarse, aceptando que iba a ser una enferma crónica, y tanto la terapia individual como de grupo las sintió como ineficaces. Cuando me habló de su experiencia en la terapia de grupo me dijo que estaba con personas que parecen delirar y otras que parecían robots, planteándose que hacía allí.
Si las personas que la atendieron en un primer momento hubieran tenido unos mínimos conocimientos de psicoterapia se habrían percatado de que su pretendido estado maniaco era una defensa para no vivir un estado depresivo estimulado por su pérdida afectiva. Esta mujer necesitaba encontrar “un contenedor” en su terapeuta que le permitiera elaborar su duelo y además ir cohesionando un yo-si mismo que era presa de una extrema vulnerabilidad. Existía un conflicto de cierta gravedad en la psique de mi paciente, pero no una enfermedad crónica.
En estos momentos Juana está dejando la medicación, habiendo encontrado en la psicoterapia dinámica orientada por dimensiones (PDD) el contenedor adecuado y el lugar en el que se están elaborando sus complejos y conflictos interpersonales.
No puedo estar más de acuerdo.